Desilución.

Día tras días despiertas anegada en lágrimas por las mañanas. Ahogada en tu propio silencio. En un silencio absurdo tanto para ti, como para los de tu propio alrededor. Intentas aparentar indiferencia pero no te das cuenta de que tan solo consigues ser indiferente a lo que tú mismo estás sintiendo y te haces daño. Te das cuenta  de que tu corazón está roto cuando a cada latido, duele un poco más. Eso significa que sigues vivo. Que sigues sintiéndolo. Te guste o no. No sabes cuánto va a durar ese 'sufrimiento', tal vez tanto como duró aquel amor, o aquellos besos que un día creíste eternos. No sabes si mañana saldrás a la calle con los ojos pintados o preferirás que el mundo los vea hinchados, al natural, tras haber pasado otra de las muchas noches en vela y llorando, pensando y comiéndote la cabeza creyendo en lo correcto, en lo que debes de hacer, sin dejar que cada trocito de ese corazón que ya está roto por tu inmadurez diga lo que de verdad quieres, lo que aunque duela sabes que es mejor para ti. No quieres admitir que la razón de tantas lágrimas es lo único que te empuja a salir de casa cada mañana con una sonrisa y con la esperanza de que te mire y recuerde el por qué un día te quiso a ti más que a su propia vida.