Si el corazón pensara dejaría de latir.

Cuando ni si quiera la calada más profunda de ese cigarrillo te puede calmar. Cuando miras por la ventana en busca de aire, de algo que te haga despertar, de algo que te llame la atención. Los nervios cada puto segundo se hacen más fuertes y más duros de sobrellevar. Pero como yo soy más dura, los sobrellevo. Cuando ni todas las canciones ritmosas, tristes, de reggae, de house, de cualquiera de esos tipos pueden conseguir llenarte. Miro el móvil más de doscientas veces por minuto, y nada, no hay nada. Y parece que cuanto más lo miro, más largo se me hace el segundo siguiente. Atenta a todo. Salgo a la calle y miro a todos lados. Intentando encontrar algo, o alguien, aun no lo sé, pero esa persona o cosa, no aparece. Me siento en un banco e intento relajarme. Pero ya ni los cigarrillos funcionan, ni el dolor de cabeza después de una tarde entera de pipa consigue hacerme olvidar algo. Noches llorando y en vela. Sin saber qué hacer. Ya has probado todas las posturas que te pudieran dar paz en la cama. boca arriba, boca abajo, en el suelo, en la alfombra, has probado a hacer la voltereta, a ponerte haciendo el pino, a pegarte a la pared, pero nada te refugia, nada. Porque por ningún lado aparecen dos bracitos que te abracen y te hagan sentir ese calor que sólo puedes llegar a sentir cuando estás mal y necesitas que sentirle cerca. Y por un segundo, abro los ojos y empiezo a sentirlo. Ya sé de dónde proviene ese vacío en el estómago, y esas ganas incontrolables de llorar y no moverme, simplemente quedarme esperando y ver cómo pasan las horas, hora tras hora, desperdiciada de mi vida, irrecuperables, y desaprovechadas. Vienen de ese hueco, ese que solamente dejan cuando hubo algo grande ocupándolo y de la noche a la mañana, todo lo que un día tuviste se presenta en forma de despedida.